Un lugar lejano

Jose R. Nóvoa, Venezuela, 2010.

Un fotógrafo de éxito se encuentra perdido: está enfermo de cáncer, ha roto con su pareja, y cada noche sueña con escenas extrañas en lugares que no está seguro de conocer. Decide perseguir esas imágenes y viaja en busca de Manchuria, el lugar donde cree que se ubican. Pese al riesgo y los consejos contrarios que le dan cuantos le rodean, se adentra en la llanura a punto de que llegue la nieve. Al borde de la muerte, es rescatado por una joven que le conduce a su refugio en la montaña. Allí se recuperará mientras aprende otra forma de ver la vida.

El argumento tiene importantes lagunas. Por un lado, no comprendemos el motivo por el que Julián rompió con su compañera. Asistimos a su retraimiento, a la forma en que rechaza a cuantos le rodean, y se nos muestra antipático. La falta de conocimiento de los motivos que le conducen a ese estado (la enfermedad es una parte, pero no me parece suficiente para justificar los sueños) hacen muy difícil la empatía, sin la cual, Julián sólo es un enfermo desagradable.

Además, hay mucho de tópico en perseguir la imagen soñada, alejarse del mundanal ruido, no saber cómo enfrentarse a la muerte... Así, toda la primera parte resulta muy lenta.

Un primer destello nos despierta de ese estado: la pareja de la pensión donde se hospeda, geniales.

Y llega entonces la parte que más me ha gustado, la única que merece la pena: cuando María lo rescata y lo introduce en su mundo. Me encanta ella, me encanta su casa, su ropa tejida a mano, su perro, su caballo y sus ovejas, su independencia, su fuerza, su forma de continuar adelante tomando lo que la montaña le ofrece. Y aunque después de ese paréntesis la película vuelve a recaer, por estos momentos mereció la pena.

Me llenó los ojos de nieve, de tierra parduzca como la lana que tejo.