domingo, 18 de octubre de 2009

Gigante

Adrián Biniez, 2009.

Apología del vouayeur. Se mete al espectador en el bolsillo en su deseo de que todo salga bien, gracias a la empatía con un personaje tierno y generoso. Jara, solitario, con una rutina gris, empieza por azar a obsevar a Julia. Ella llama su atención y poco a poco comienza a seguirla, primero a través de las cámaras de seguridad del supermercado donde ambos trabajan, y poco a poco durante el resto del día. La imaginamos protegida. El sonríe cuando ella lo hace. Él vuelve a hacer deporte, canta en la ducha. Los días son luminosos y a la vez, aunque a cierta distancia, van a la playa, al cine... Jara va descubriendo cuánto tienen en común. Pero no encuentra valor para hablar con ella.

Película llena de silencios y de pequeñas sonrisas, de imágenes robadas, donde el espectador observa a aquel que mira, y podría a su vez estar siendo observado, en un juego de imaginación donde todos tendríamos detrás (o delante) a alguien que nos mira o a alguien a quien merece la pena mirar, pues Jara mira a Julia en el cine igual que nosotros estamos en la sala para mirarle a él. Lo importante es que siempre hay espacios donde Jara deja de mirar (cuando Jara entra en su casa, por ejemplo), pues lo único que quiere es estar cerca, poder ayudarla, verla sonreír.

Ingenua y sencilla, funciona. Porque todos queremos que en la vida normal haya oportunidades así.

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Hace ya tiempo que miria quiso creer. Percibo cambios en el horizonte y hay que afrontarlos. Seguiré hablando sola, pero en voz un poco más alta, por si alguien quiere replicar.

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